Llegada la semana 40 de embarazo, me encontraba, como ya os conté anteriormente, perfectamente. A pesar de tener algunas contracciones y de que ya había dilatado un par de centímetros, no había aún señal de que el parto finalmente se fuera a poner en marcha.
Trascurridos cinco días desde la fecha prevista de parto tenía visita con la matrona para realizarme un nuevo test basal. Esa misma mañana, al levantarme, sentí ya algunos dolores un poco más fuertes que los que había tenido hasta entonces y comencé a tener un pequeño presentimiento. Cuando fui al baño a orinar, al limpiarme, descubrí que estaba manchando por lo que definitivamente pensé que el parto por fin se había puesto en marcha.
Me fui directamente a la clínica, donde tenía cita para el test basal y en cuanto llegué hablé con la matrona, que me atendió un poco antes de lo previsto. Me examinó y comprobó que la dilatación había avanzado un poco y que había comenzado a romper aguas. Las contracciones se iban notando, pero aún no eran dolorosas. Me recomendó ingresar por la tarde, momento en el que ella pensaba que ya habría avanzado el proceso, pero también me comentó que llegado el caso, si no avanzaba a lo largo del día la dilatación me ayudaría con un poco de oxitocina para acelerar el proceso.
Yo me volví a casa y tal como me recomendó, comí ligero y me quedé esperando a que mi marido llegara para volvernos a la clínica. A las 4 de la tarde llegábamos, y a las 4.30 estaba todo en marcha. Hasta el anestesista estaba avisado para la aplicación de la epidural en el momento necesario. Finalmente la matrona decidió suministrarme oxitocina para que el parto no se prolongara demasiado. A la media hora, las contracciones comenzaron a ser algo más dolorosas y mi marido tuvo que quitarse su anillo porque mis apretones en su mano comenzaban a ser bastante intensos. La matrona volvió para examinarme y comprobar si había acabado de romper aguas y ya me confirmó que iba a avisar al anestesista, lo cual para mí fue todo un alivio ya que los dolores comenzaban a ser más y más intensos.
Estuve en mi habitación hasta que me vinieron a buscar para bajarme al paritorio donde me suministrarían la epidural, momento que esperaba con ansia ya. Y el momento llegó. Esta vez no se repitió lo que me sucediera en mi primer embarazo y la anestesia hizo efecto de forma inmediata. A partir de entonces los dolores desaparecieron, incluso me eché una cabezadita mientras mi marido salía un momento. La matrona venía a revisar como iba todo constantemente y me preguntaba siempre: ¿ya tienes ganas de empujar?, pero no, aún no tenía. Sobre las ocho de la tarde y tras examinarme de nuevo me comentó que ya estaba de nueve centímetros y que era el momento de ponernos "a la faena". Y dicho y hecho.
Después de colocarme el trabajo del parto comenzó. Yo seguía sin sentir dolor, la epidural definitivamente es maravillosa!!. La matrona me iba diciendo cuando me venía una contracción y yo en ese momento notaba ganas de empujar así que eso hacía. Y en tres empujones mi pequeña llegó al mundo. Fue una experiencia maravillosa de nuevo, pero mucho más tranquila que la primera vez. No hubieron gritos, ni nervios, todo fue muy tranquilo. Además, pude ver como mi pequeña iba saliendo poco a poco lo cual hizo que la experiencia fuera más bonita aún. Ni siquiera tuvieron que hacerme episiotomía, aunque tuve un pequeño desgarro y finalmente me dieron un par de puntos. 3, 740 kg. y 51 cm. Ahí es nada.
Después de extraerme la placenta, examinar que la pequeña estuviera bien, y demás, me volvieron a llevar a mi habitación. Allí, la pequeña Alexandra comenzó la difícil tarea de alimentarse, que más tarde resultaría más difícil aún. Sin duda, la lactancia ha sido lo más complicado en todo mi embarazo y postparto. La leche tardó mucho en subirme con lo que la pequeña pasaba mucha hambrita los primeros días, luego, de tanto succionarme los pezones se me hicieron grietas y yo veía las estrellas cada vez que me la ponía al pecho. Luego tuve que optar por el sacaleches para poder extraerme la leche lo cual me destrozó aún más los pezones, porque mi pequeña no parecía extraer todo lo debido y se quedaba constantemente con hambre... y eso, teniendo en cuenta que es muy tragona y que si la dejas se come sus propios dedos a base de chupetones, no era bueno. En fin, un cúmulo de despropósitos que me han hecho pasar unos días de dudas muy grandes: pecho sí, pecho no... y aún sigo en ello. Además, los primeros días tuvo bastantes problemas con las tripas, muchos gases que le hacían también estar muy inquieta. Opté por comenzar a darle Colikind y ese problema se resolvió rápidamente.
Ya han pasado unas semanas desde que Alexandra nació, su ombliguito se ha caído ya (a los diez días). Pasa unas noches muy buenas ya que sólo se despierta una vez pero los días son otra historia. El llanto es para ella como el respirar. Mientras no duerme o come, llora desconsoladamente, lo cual, a la hora de salir, me está limitando un poco ya que me "quita" las ganas de irme muy lejos por si la monta. Durante el día también le cuesta bastante coger el sueño, y creo que eso es uno de los motivos por los que llora tanto, pero en fin, iremos dejando pasar los días esperando que la situación mejore, porque después de todo, es muy chiquitina, e imagino que venir a este mundo debe ser algo traumático.
Aquí acaba una aventura, y comienza otra, sin duda mucho más dura, larga y complicada, pero sin duda, hermosa. Después de un embarazo y un parto vividos con mucha tranquilidad ahora afronto una nueva etapa, que de momento estoy llevando mucho mejor que con mi primera hija, y es que está claro, que con este tema, los papás pagamos la novatada. Con Alexandra todos los problemas parecen más pequeños, los llantos no nos ponen nerviosos y todo parece más fácil que con nuestra primera hija. Ahora sólo pienso en disfrutar de mis niñas y tan sólo la idea de tener que volver al trabajo y no poder disfrutarlas tanto, que ya me ronda, me nubla estos preciosos días.
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