Otros Cuentos
Cuentos infantiles variados.
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- Escrito por: Estefanía Morera
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La princesa y el guisante - Hans Christian Andersen 1805-1875
Érase una vez un príncipe cuya madre insistía una y otra vez en que debía casarse. El joven príncipe era apuesto e inteligente pero pese a eso había alcanzado la treintena sin encontrar una princesa con la que contraer matrimonio. El problema era que la vieja reina era muy estricta con la elección de la futura princesa y no estaba dispuesta a casar a su hijo con una princesa cualquiera. Ella quería que se casara con una princesa de verdad.
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El traje nuevo del Emperador - Hans Christian Andersen 1805-1875
Hace de esto muchos años, había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia.
No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: "Está en el Consejo," de nuestro hombre se decía: "El Emperador está en el vestuario." La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
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El soldadito de plomo - Hans Christian Andersen 1805-1875
Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así era como estaban, con sus espléndidas guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: "¡Soldaditos de plomo!" Había sido un niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues eran su
regalo de cumpleaños. Enseguida los puso en fila sobre la mesa.
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El pato de oro
Cierta vez, en un valle muy apartado, vivía un granjero con su esposa y sus tres hijos.
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O-Yuki la cieguecita
Hace mucho tiempo nació en el Japón una niña que se llamó O-Yuki.
Esta niña sufrió un accidente de caballo cuando era muy pequeñita y, a consecuencia de esto, quedo ciega.
Conforme crecía fue haciéndose más hermosa, pero su defecto la imposibilitaba para cualquier trabajo.
Como le gustaba mucho la música, se dedicó a ella por completo, y tanta era su afición, que aventajaba incluso a sus propios maestros, quienes no se cansaban de escuchar a tan singular alumna.
O-Yuki iba siempre acompañada de su fiel perrito Tambo, que era un animal muy inteligente y dócil.
O-Yuki estaba un día ensayando al piano una composición, cuando oyó que la llamaban por su nombre:
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La Golondrina y la Ovejita
Cuando murió Filippo, propietario de grandes fincas, dejó la mayor parte de sus propiedades a su hija Evita. A cada uno de sus tres hijastros les correspondió una más pequeña, pero ellos ya eran mayores y sabrían abrirse camino en la vida, mientras que Evita era todavía una niña pequeña.
Pero los muchachos, que eran muy ambiciosos, decidieron entregar a la niña una pequeña cabaña que hasta entonces había servido para guardar el ganado que requería más cuidados.
Así el hermano mayor se quedó con la finca más bonita, las caballerizas y la granja; el segundo, con el molino y las vacas, y el tercero de los hermanos se quedo con unas grandes extensiones de terreno y los rebaños de corderos.
El último de los hermanos fingió compadecerse de la pequeña y le dijo:
-Toma, Evita; esta hermosa oveja es para ti, para que te haga compañía y te proporcione leche para alimentarte.
-Gracias, hermano- Contestó la niña, que era muy inocente.
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Laila y Aixa
En una pequeña ciudad vivía una pobre viuda con sus dos hijas, Laila y Aixa.
Las dos hermanas bordaban primorosamente y con el producto de su trabajo vivían las tres.
Aixa, tenía un carácter dulce y reposado, pero Laila, a pesar de ser muy buena chica, era menos trabajadora que su hermana u perdía mucho tiempo en otras cosas.
En cierta ocasión en que se anunciaron grandes fiestas, las dos hermanas recibieron muchísimos encargos.
-¡Virgen Santa!- exclamó Laila al verlos-, no podremos acostarnos en un mes.
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El susto del Tejón
Al pequeño Tejón le gustaba mucho corretear de noche por el campo, y apenas salían las estrellas el empezaba su paseo.
-¡Hola! ¿Cómo estás hoy?- Saludaba a la señora Lechuza que estaba siempre despierta en su rama.
-De noche todo es más emocionante y divertido. Sólo por el brillo de los ojos que destacan entre la oscuridad, sé conocer a cada uno de los animalitos- se decía alegre el Tejón. Y saltando y corriendo de un sendero a otro, llegaba hasta la orilla de la charca donde vivían los sapos.
Tejón corría entonces hasta la madriguera de los conejitos; los pobres estaban ya medios dormidos pero sacaban su cabeza de entre las matas para saludarle.
-No deberías andar a estas horas por el bosque- le aconsejaban ellos.
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Recursos educativos - Cuentos infantiles animales
El elefante patinador de Eugenio Sotillos
Se estaba celebrando un concurso de patinaje sobre hielo y varios animalitos tomaron parte en él.
-Seguramente ganará uno de los conejitos- dijo alguien. -Son los que patinan mejor.-
El elefante se propuso tomar parte en el concurso.
-Ya verás como yo me llevaré la copa del premio- dijo a la tortuga.
-No me hagas reír- comentó la tortuga. -Los conejos patinan mejor que tú.
Pero el elefante tuvo una idea para que los dos conejitos tuvieran que abandonar la prueba.
-¡Jo, jo, jo, jo!- rió el elefante, poniendo su bastón para que los conejos tropezaran. -¡Vaya batacazo os vais a dar!-. -¡Ja, ja, ja!- se burló el elefante, al ver caer a los dos conejos. -Ya tengo el camino libre. Ahora, yo seré quien se lleve el premio.
-¡Fuera!-gritó el elefante, deslizándose sobre el hielo. -¡Dejadme sitio!
-¡Oh!- dijo uno de los animalitos. -Será mejor apartarse para que no nos aplaste.
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