Recursos educativos - Cuentos para niños
O-Yuki la cieguecita
Hace mucho tiempo nació en el Japón una niña que se llamó O-Yuki.
Esta niña sufrió un accidente de caballo cuando era muy pequeñita y, a consecuencia de esto, quedo ciega.
Conforme crecía fue haciéndose más hermosa, pero su defecto la imposibilitaba para cualquier trabajo.
Como le gustaba mucho la música, se dedicó a ella por completo, y tanta era su afición, que aventajaba incluso a sus propios maestros, quienes no se cansaban de escuchar a tan singular alumna.
O-Yuki iba siempre acompañada de su fiel perrito Tambo, que era un animal muy inteligente y dócil.
O-Yuki estaba un día ensayando al piano una composición, cuando oyó que la llamaban por su nombre:
- O-Yuki… O-Yuki…
La cieguecita paró de tocar, escuchando… La voz volvió a repetir su nombre, esta vez con mayor fuerza:
- O-Yuki.
La gentil japonesita contestó con su dulce voz:
-Soy ciega y no sé quién me llama. ¿Dónde estás?
-En todas partes, O-Yuki. Ahora estoy cerca de ti. Mucha desgracia es la tuya al no poder disfrutar de las hermosas visiones que hay en la tierra, pero quizás eso pueda remediarse si sigues mis consejos. Sigue siendo tan buena como hasta ahora lo has sido y procura llevar a cabo buenas acciones. Sólo así, poco a poco quizás ocurra un milagro y vayas recuperando la vista.
Calló la voz, y O-Yuki, emocionada, dio las gracias a la persona que le había hablado.
-Seas quien seas, tendrás mi eterno agradecimiento.
O-Yuki se dirigió a Tambo y le habló como si se tratase de una persona:
-Deberás ayudarme mi fiel amigo. Sin tu ayuda, poca cosa podría yo hacer.
El perrito ladró en señal de asentimiento.
Al cabo de algunos días, cuando O-Yuki se dirigía a casa de su profesor de música, se tropezó por el camino con una pobre mujer que venía en sentido contrario.
La mujer le tendió la mano a O-Yuki y le dijo, con voz temblorosa:
-Una caridad por favor. Soy ciega.
-¡Oh! Buena mujer, yo también lo soy. No obstante, dígame, ¿Qué puedo hacer por usted?
-Mi desgracia es aún peor que la tuya querida niña, porque yo, además, estoy medio inválida.
O-Yuki, con la bondad que la caracterizaba se desprendió de las pocas monedas que tenía, y se las entregó a la mujer.
-Tenga, es todo lo que tengo.
-Es suficiente bonita; muchas gracias.
Al poco de haberse marchado la anciana O-Yuki vislumbró ante sus ojos ciegos un rayito de luz y pensó entonces en las palabras que le había dicho la misteriosa voz.
Contenta y feliz ante la maravillosa promesa, interpretó aquella tarde las más bonitas melodías.
Y de regreso a su casa, por el camino, oyó los quejidos de un perrito. Como siempre, iba acompañada de su inseparable Tambo, y le preguntó a éste:
-¿Qué es eso, Tambo?
Por toda respuesta, Tambo, ladrando, se dirigió hacia un lado de la carretera y tirando de la cadena que sostenía la mano de O-Yuki, hizo que ésta se acercara al lugar donde un blanco cachorro se quejaba débilmente.
O-Yuki se agachó y trató de encontrar al animalito. Y cuando su mano tropezó con él, le cogió dulcemente en sus brazos y, juntos los tres, O-Yuki, Tambo y el perrito enfermo marcharon hacia la casa, en donde O-Yuki prodigó tantos cuidados al perrito abandonado que al cabo de pocos días saltaba retozón por todas partes, lamiendo las manos de O-Yuki y jugando con Tambo.
Y el resto ya se lo pueden imaginar. O-Yuki fue recuperando la vista poco a poco, gracias a su bondad se le concedió aquel milagro.