Recursos educativos - Cuentos para niños
El pato de oro
Cierta vez, en un valle muy apartado, vivía un granjero con su esposa y sus tres hijos.
Simplón, que era el hermano más pequeño, era también el más inocente y todo el mundo se burlaba de él.
-¡Simplón! ¡Simplón!- le decían a menudo sus hermanos. -¡Ya te han engañado otra vez!
Cierta vez, el hermano mayor de Simplón fue al bosque a cortar leña. Cuando iba a empezar a trabajar, se le apareció un anciano y le dijo:
-¿Me das un poco de tu merienda, muchacho?
-No- respondió el joven.-Mi madre ha preparado está merienda para mí, no para los extraños.
Al día siguiente, fue el hermano mediano el que salió a buscar leña. También se le apareció el anciano y el joven se negó a compartir con él su merienda.
Al tercer día le tocó a Simplón ir a buscar leña al bosque.
-Dame un poco de tienda- le dijo el anciano.
-Con mucho gusto- respondió Simplón. -Siéntate a mi lado y comeremos los dos.
El anciano, sido, regalo foto a Simplón. Pero no era un pato como los demás, ya que tenía las plumas de oro.
Caminando, y caminando, Simplón llego a la puerta de una posada. Las hijas del posadero, que eran muy curiosas, se quedaron admiradas de ver aquel extraño pato.
Al llegar la noche, mientras Simplón dormía, una de las hermanas arrancó una de las plumas de oro del pato.
-Quiero ver si verdaderamente, tiene las plumas de oro- se dijo.
La segunda hermana llegó con la misma intención, gritando:
-¡Yo también quiero una pluma de oro!
Pero al coger de la mano a su hermana, se quedó pegada a ella y ya no pudo separarse.
La tercera hermana, que también pensaba arrancar una de las plumas del pato, se quedó pegada a la segunda.
-¿Qué ocurre?- dijo una. -No hay duda: Este pato está encantado.
El posadero, su padre, quiso separarlas, pero también quedó pegado a ellas.
-¡Soltadme! ¡Soltadme!- empezó a gritar el posadero al ver que sus hijas, llenas de espanto, corrían por las calles del pueblo. -¡Estoy muy gordo y no puedo correr como vosotras!
Al posadero se le unió un soldado que pasaba por allí y también una buena mujer que regresaba del mercado.
-¡Socorro! ¡Socorro!- gritaban todos, cada vez más asustados.
Simplón, que no comprendía nada de lo que estaba sucediendo, detrás de ellos con su pato de oro.
Caminando, caminando, Simplón y la extraña comitiva llegaron a un país donde había un rey que estaba muy preocupado porque su hija estaba muy triste y no podía hacerla reír.
-¡ja, ja, ja, ja!- se rió la princesa, al ver a Simplón y a los otros-. ¡Qué cosa más divertida!
El rey, que había prometido una valiosa recompensa a quien hiciera reír a su hija, curándola de su tristeza, le dijo a Simplón:
-¿Qué deseas, muchacho?
-Quiero la mitad de tu reino- respondió Simplón.
Al rey no le hizo muchas gracias la petición, pero como era hombre de palabra, consintió en ceder al muchacho la mitad de su reino.
-No será necesario que dividas tu reino, padre mío- dijo la princesa, -sí este joven encuentra la solución adecuada.
Simplón, que no era tan tonto como parecía, dijo, después de pensar un poco:
-La única manera de no dividir tu reino consiste en que me des la mano de tu hija.
-Sea- accedió el rey. -Pero tendrá que pasar algún tiempo.
La boda se celebró al cabo de unos años, con gran contento de los padres y hermanos de Simplón y también del posadero, sus tres hijas y de todos los que habían sido encantados por el pato de oro.
-A él se lo debemos todo- dijo Simplón.
-No- respondió la princesa. -Se lo debemos a tu generosidad con aquel anciano. Si no hubieras repartido con el tu merienda, jamás nos hubiéramos conocido.