Recursos educativos - Cuentos para niños
La Golondrina y la Ovejita
Cuando murió Filippo, propietario de grandes fincas, dejó la mayor parte de sus propiedades a su hija Evita. A cada uno de sus tres hijastros les correspondió una más pequeña, pero ellos ya eran mayores y sabrían abrirse camino en la vida, mientras que Evita era todavía una niña pequeña.
Pero los muchachos, que eran muy ambiciosos, decidieron entregar a la niña una pequeña cabaña que hasta entonces había servido para guardar el ganado que requería más cuidados.
Así el hermano mayor se quedó con la finca más bonita, las caballerizas y la granja; el segundo, con el molino y las vacas, y el tercero de los hermanos se quedo con unas grandes extensiones de terreno y los rebaños de corderos.
El último de los hermanos fingió compadecerse de la pequeña y le dijo:
-Toma, Evita; esta hermosa oveja es para ti, para que te haga compañía y te proporcione leche para alimentarte.
-Gracias, hermano- Contestó la niña, que era muy inocente.
La niña cogió a su ovejita y se marchó con ella hacia su nueva casa.
-¡Qué frío hacía allí! Evita se abrazó al animalito y con el calorcillo de su lanosa piel, se quedo dormida.
Por las mañanas Evita llevaba la oveja a la pradera para que comiera hierba fresca y pudiera producir buena leche.
¡Qué buenas migas hacían Evita y la oveja! El animal la seguía dócilmente por todas partes.
Pero un día, al abrir la puerta de la cabaña, Evita se encontró con que unos lobos habían devorado a su ovejita. ¡Cuánto lloró la niña! -¡Ay, mi ovejita! ¡Qué sola estaré ahora! ¿Qué haré sin ti?
Estaba sollozando todavía cuando una golondrina vivaracha se posó sobre su hombro y le dijo al oído:
-No llores, Evita. Yo remediaré tu amargura.
La niña se secó las lágrimas y le preguntó al ave:
-¿Quién eres tú que puedes remediar mi pena?
-Ya lo ves, una simple golondrina rezagada. Mis hermanas se han marchado a un país más cálido.
-Y tú, ¿por qué no has ido con ellas?
-Porque debo acompañarte a buscar una ovejita gemela a la que has perdido.
-¿Y tú crees que la encontraremos?
-Por supuesto, sígueme.
La golondrina emprendió el vuelo. De vez en cuando, volvía la cabecita para comprobar si la niña la seguía. Así llegaron a la orilla del mar.
Cerca del agua había una pequeña cocha. La golondrina dijo:
-Coge la concha y échala al mar. Y así lo hizo la niña. La golondrina se posó sobre la concha y ésta empezó a crecer hasta alcanzar el tamaño de una barquita.
La golondrina remó con sus alas y condujo a la niña mar adentro. Evita miraba con curiosidad a la linda avecilla.
-Golondrina, golondrinita, ¿por qué no te quedas tú a hacerme compañía?
-No puedo, niña bonita. Aquí ya empieza a hacer mucho frío y me moriría. Tengo que volar al lado de mis hermanas.
Y así, remando y remando, llegaron hasta una verde isla y, ¿a que no saben quién es esperaba allí? Pues una ovejita igualita a la que los lobos habían devorado, y que llevaba colgado en el cuello una cruz de plata dentro de un pequeño cascabel.
Evita sonrió feliz, bajó de la barquita y acarició al animalito.
Colocaron a la ovejita dentro de la barca, y los tres emprendieron el viaje de regreso. Al llegar a la orilla la golondrina se despidió:
-Adiós, os prometo volver en primavera. Quisiera quedarme, pero no puedo. Mis plumas están ahora frías y el sol de aquel país las calentará.
Aquella ovejita resultó ser verdaderamente extraordinaria. Daba tanta leche que la niña, después de guardarse la cantidad necesaria para alimentarse, podía vender mucha aún y obtener así beneficios.
La ambición de los tres hermanos trajo consecuencias. Una tormenta destruyó la finca, las caballeriza y la granja del mayor.
El fuego arrasó el molino del segundo, y las vacas huyeron espantadas.
Un fuerte aguacero asoló los terrenos del tercer hermano; muchas de las ovejas murieron y otras tantas se dispersaron. Únicamente quedó un corderito.
Evita, que era muy buena, les dio cobijo en su pequeña cabaña. Ellos, arrepentidos, le pidieron perdón humildemente y a partir de entonces vivieron todos juntos y fueron muy felices.