La embolia pulmonar es la principal causa de muerte en las mujeres embarazadas, pero no siempre es fácil de detectar. En este artículo se explican los factores que pueden provocarlo y los posibles tratamientos.
¿Qué es una embolia pulmonar?
Aunque poco conocida, esta patología es más frecuente de lo que parece. La embolia pulmonar se produce cuando un coágulo de sangre que se ha formado en las piernas -flebitis- se desplaza hasta el corazón y obstruye la arteria pulmonar. Las mujeres embarazadas son más propensas a sufrir esta enfermedad, ya que uno de cada 1.000 embarazos se ve afectado por la embolia. En el 30% de los casos, el resultado puede ser fatal: Sigue siendo la principal causa de muerte de las mujeres embarazadas en los países occidentales, porque los síntomas son difíciles de detectar.
¿Qué causa la embolia pulmonar?
¿Por qué las mujeres embarazadas se ven más afectadas? La primera explicación es que el útero, al crecer, comprime las venas e impide que la sangre circule correctamente. Además, las fluctuaciones hormonales durante el embarazo pueden ser un factor agravante. Las hormonas, en particular los estrógenos, dañan la pared de la vena, que además puede sufrir un verdadero traumatismo durante el parto. Fuera del embarazo, los tratamientos hormonales también pueden favorecer la aparición de flebitis, tanto si se realizan en el marco de la estimulación de la ovulación, como con las píldoras de 3ª y 4ª generación, que han sido objeto de mucha controversia recientemente.
Por último, si hay casos de trastornos de la coagulación en la familia -en personas jóvenes-, es más probable que la mujer desarrolle una flebitis durante su embarazo: La sangre se espesa de forma natural cuando se está embarazada para evitar las hemorragias, pero si tiene una sangre más espesa correlacionada con la hipercoagulabilidad, esto puede favorecer la embolia pulmonar. Entre otros factores favorables, se encuentran la obesidad, la inmovilidad, el tabaquismo, así como los embarazos de más de 35 años.
Cómo reconocer los síntomas de la embolia pulmonar
La razón por la que la embolia pulmonar es tan difícil de reconocer en el embarazo es que sus síntomas son similares a los que experimentan casi todas las mujeres embarazadas. Por ejemplo, la sensación de pesadez o hinchazón de las piernas puede ser un signo de flebitis, además de ser un efecto secundario habitual del embarazo. Lo mismo ocurre con el aumento de peso, la sensación de falta de aire al menor esfuerzo o la aceleración del ritmo cardíaco. Estos síntomas no son graves y son comunes para la mayoría de las mujeres embarazadas, pero también pueden alertar al médico. A continuación, es necesario comparar los distintos síntomas y los antecedentes familiares para evaluar los riesgos y realizar un diagnóstico.
Cómo se hace el diagnóstico de la embolia pulmonar
El diagnóstico de embolia pulmonar debe formularse durante el embarazo, ya que en una mujer embarazada no hay lugar a dudas. La primera prueba que debe realizarse es un simple análisis de sangre, que sólo es negativo, es decir, sólo permite eliminar la flebitis. Si el resultado es positivo, se necesitan más pruebas para confirmar el diagnóstico. Primero se utilizará un Doppler de las piernas para observar la circulación en las venas sin riesgo para la madre y el feto, y sin ningún dolor. Si no se encuentra nada, pero todavía hay alguna duda, entonces se necesita un angioescáner o una gammagrafía.
Estos dos métodos de imagen médica son a menudo una fuente de ansiedad para las futuras madres que se preocupan por el peligro de la radiación para sus bebés. Pero este riesgo es bajo e insignificante comparado con el riesgo de sufrir una embolia pulmonar. Hay que priorizar, y saberlo con seguridad.
¿Cómo se trata una embolia pulmonar?
Como hemos visto, si el coágulo es grande, una embolia pulmonar puede bloquear las arterias y ser mortal para la madre. Por eso, en cuanto se hace el diagnóstico, la futura madre es tratada inmediatamente con anticoagulantes. Se trata de inyecciones de heparina, que actúan más rápido que los comprimidos. Se prescribe durante todo el embarazo, y normalmente hasta seis semanas después del parto. El riesgo se mantiene porque los vasos se agitaron durante el parto. A continuación, un neumólogo o un cardiólogo realizan un seguimiento de la madre para comprobar que todo ha vuelto a la normalidad. Y en caso de un futuro embarazo, el médico prescribirá un tratamiento preventivo para evitar el riesgo de reaparición.
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