Recursos educativos - Cuentos infantiles
La Tortuga y el Mar
En una lejana isla, vivió hace muchos años un pescador con su hijo Laszlo.
Su única riqueza consistía en una pequeña barca y una red para pescar.
El producto de la pesca lo vendían, y así podían atender a sus necesidades. Pero había días en que echaban la red al mar y la sacaban vacía.
Sucedió un día que Laszlo, al dirigirse a su casa, vio a un grupo de chiquillos que golpeaban brutalmente a una pobre tortuga. Laszlo, que era un niño muy bondadoso, se dirigió a los que tenían apresado al animalito y enojado les dijo:
-Sois malos, y Dios os castigará si hacéis eso.
La tortuguita miró a Laszlo con sus ojillos saltones, y éste la cogió entre sus brazos, alejándola de aquellos lugares.
Siempre con la tortuga, recorrió Laszlo el camino que le llevaba hasta la playa, y una vez allí la dejó en libertad, a la orilla del mar, y con asombro vio que la tortuga se alejaba poco a poco, siempre en dirección al mar, no sin antes volver la cabeza para despedirse de él, y al final desapareció entre las aguas.
Pasó mucho tiempo desde ese día. Enfermó el padre de Laszlo y el muchacho tuvo que ir a pescar solo.
-Ten cuidado, hijo mío- Le dijo el padre-. Eres aún muy joven para ir sin mí.
-No tengas miedo, padre. Quédate tranquilo. Nada malo me ocurrirá. Y ya verás como traeré buena pesca.
Cuando Laszlo llegó a la playa, empujó la barca hacia el agua y, subiendo a ella, remó mar adentro.
Cuando ya casi no veía la orilla, echó la red al agua y, al cabo de un buen rato, intentó sacarla.
¡Oh, qué sorpresa, amiguitos míos! ¿Sabéis lo qué había dentro de la red? Pues ni más ni menos que la misma tortuguita que un día Laszlo salvara de los golpes de unos niños.
-¡Hola, Laszlo! -Le habló la tortuguita-. Mira, he sabido que en tu casa os halláis en un apuro, y como fuiste muy bondadoso conmigo, quiero premiarte. Tengo poder para concederte lo que tú quieras. Dime, ¿Qué es lo que deseas?
-Pues, yo... verás -dijo Laszo con voz temblorosa-. Mi padre está enfermo porque ve que muchos días no hacemos buena pesca y esto le entristece. Yo quisiera, ¿sabes? tener todos los días la red llena de peces que luego venderíamos, y así no le faltaría nada a mi padre y se pondría bueno.
-Así será, así será- repitió el animalito-. Y hoy, la pesca será extraordinaria y única. Anda, apresúrate, echa de nuevo la red al mar.
Así lo hizo Laszlo, y al cabo de poco rato quiso sacarla a la superficie. Pero ¡cuánto pesaba ese día!
Al final, la red estuvo sobre la barca y ¡ah, queridos niños!, ¡si hubiérais visto qué pececitos! ¡Qué maravilla! Eran de oro.
Laszlo creía estar soñando.
Tortuguita le dijo:
-Tienes aquí una fortuna. En nombre del Hada del Mar te la doy como recompensa. Ven a pescar cada día. Los peces no serán de oro como hoy, pero podrás venderlos y nada os faltará.
-Muchas gracias, buen tortuguita -le dijo Laszlo. Y dos lágrimas de agradecimiento cayeron sobre uno de los pececitos de oro que había dentro de la red.
El pececito, que hasta entonces había permanecido inmóvil, empezó a mover la colita con graciosos movimientos y, ¡asombráos!, al instante el pececito se convirtió en una hermosísima jovencita de largos cabellos dorados y ojos verdes como las esmeraldas.
La tortuga elevó sus ojos hacia el muchacho:
-Con tus lágrimas has hecho el milagro que todos esperábamos desde hacía mucho tiempo. Ésta es la princesa Krishna a quien un hada mala encantó, transformándola en pececito de oro, y sólo podían devolverla a su primitivo estado las lágrimas de un niño bueno que cayeran sobre ella.
Krishna sonrió a Laszlo y le cogió de la mano y los dos miraron como la tortuga desaparecía de nuevo entre las aguas.
Laszlo creía que todo era un sueño. Pero no, no. Todo era verdad.
Aquéllas eran las mismas rocas de siempre que se adentraban en el mar, la misma isla, el mismo sol. Y a su lado estaba Krishna.
Laszlo acudió a su casa con la princesa y explicó a su padre su fantástica aventura.
Con el tiempo, Laszlo se casó con Krishna, y los dos vivieron junto al padre de Laszlo, en buena armonía y muy felices, y todo ello gracias a una tortuguita que vivía en el fondo del mar.