La adolescencia forma parte de un proceso de maduración en el que los hijos necesitan más autonomía, pero también pautas que les orienten.
La mejor manera de conocer a nuestro hijo y los cambios que va experimentando es escucharle, algo que no siempre resulta fácil. Escuchar bien implica utilizar los cinco sentidos y ser capaz de ir más allá de las palabras, ya que un adolescente puede decirnos que no tiene ningún problema cuando, en realidad, precisa con urgencia de nuestra ayuda.
La mejor manera de comprobar si los amigos de nuestro hijo pueden ser una mala influencia es intentar conocer a cada uno de ellos individualmente.
Cuando al llegar la adolescencia un estudiante disminuye el rendimiento escolar, lo primero que debemos hacer es averiguar la causa. Hay que tener en cuenta que el adolescente tiene ahora nuevos intereses (los amigos, las relaciones sentimentales,…) que ocupan parte de su tiempo y pueden impedirle centrarse en el estudio. Los padres deben evitar siempre los reproches, pero no deben permitir que desatienda sus obligaciones escolares.
Las transformaciones biológicas que el adolescente experimenta en su cuerpo se traducen en un mayor interés por el sexo. Lo ideal es que los padres aborden este tema con su hijo antes de que sea sexualmente activo, pero que lo hagan de manera natural, aprovechando situaciones cotidianas (desde el embarazo de alguien cercano hasta una escena erótica en la televisión), pero sin revestirlo de solemnidad. Es importante no dar al adolescente una visión del sexo como algo morboso o lleno de peligros, pero que también entienda que las relaciones sexuales conllevan ciertos riesgos, por lo que se requiere una actitud responsable y de respeto.
Fuente: Revista Mujeres en Movimiento.