Recursos Educativos - Poesías Infantiles
Las cuentas de la Lechera
-Levántate, Carmela;
bastante has descansado,
y hay que madrugar mucho,
que es día de mercado.
-Ay, madre, madrecita,
ay, madre, ¡qué he soñado!
Una fortuna grande
en sueños he ganado.
-Los sueños, hija mía,
son ilusiones cortas;
agarra la lechera
y a ver cómo te portas.
-Usted me verá, madre,
volver rica y triunfante…
Nadaremos en oro
de hoy en adelante.
Llevando en su cadera
una lechera nueva,
la niña va al mercado
a ver lo que se lleva.
Y el sueño continúa
mientras va de camino;
su sueño es fantasía
que guía su destino.
Esta leche vendida
me dará a mí el dinero
para comprar de huevos
el canasto que quiero.
¡Cien huevos por lo menos
con el podré comprar!
¡Cien huevos! ¡Madrecita,
lo que voy a ganar!
Empollados los huevos,
cuando llegue el estío
nacerán cien polluelos
que dirán: ¡Pío, pío!
Y crecerán piando,
y los tendré a mi lado,
hasta que muy pollitos
los llevaré al mercado.
Del importe logrado,
me compraré un cochino,
que con bellotas y algo de salvado,
berza y castaña, engordará sin tino.
Hasta que ya muy gordo,
yo pensaré en venderlo,
pues a un cerdo, por cerdo,
no gusta mantenerlo.
Seguro que lo compran cuando llegue
cierto día al mercado,
y entonces una vaca y un ternero,
me compraré al contado.
Seguramente nacerán terneros
que alegrarán, saltando, la campiña.
¡No creo que por verme entre animales
mi madre a mí me riña!
Los carneros haré que coman pastos
de los mejores que en mi prado crezcan.
Al verlos tan rollizos
quiero que todo el pueblo se enternezca.
Me ofrecerán por ellos buen dinero,
a precio de oro venderé su carne,
y pienso que con ello una granjita
bien podré yo comprarme.
Una granja muy grande y muy curiosa
con jaulas siempre limpias y cuidadas,
para lograrlo alquilaré en el pueblo
al menos cien criados.
Compraré luego pollos, después patos,
conejos, gallinitas y pichones;
con tanta cría puedo estar segura
de que el dinero ganaré a montones.
Y entonces mi ilusión: una casita
junto al mar, que tantas cosas murmura,
y a su lado un jardín con sus mimosas,
clavellinas, jazmín, nardos y rosas.
Árboles con sus frutos deleitosos,
saciarán por completo nuestro anhelo.
Dará un cerezo treinta mil cerezas
y habrá un peral que llegará hasta el cielo.
Y allí mamá, servida por criados
que no van a dejarla ni un instante.
Para comer faisán y pollo asado;
para beber, champaña rebosante.
Y yo recorreré toda la casa
con mi vestido blanco y mi pamela.
¡La envidia que tendrán cuando me vean!
Cuando vean lo bien que va Carmela.
Y quizás entonces, como en muchos cuentos,
saldrá de un rosal un caballero,
que ofrecerá su amor y su fortuna,
a la pobre niñita del lechero.
Así tendré mi príncipe, seguro.
Así es como feliz me veré.
¡Qué dicha, madrecita, en el mercado
a vender leche, nunca más me veo!
Con este pensamiento
y enajenada, brinca de manera
que, a su lado, violento,
el cántaro cayó. ¡Pobre lechera!
Y cayeron con él sus ilusiones
¡Adiós, leche, provecho de dinero,
adiós pollos, lechón, casita blanca,
huertos en flor, adiós vaca y ternero!
¡Oh, loca fantasía,
que palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría,
modera tu contento.
No seas caprichosa, niña mía,
al contemplar dichosa tu mudanza:
no sea que saltando
quiebre su cantarillo la esperanza.
-No sean ambiciosos-
dice la abuela terminando el cuento,
-que a veces la fortuna
puede truncarse en cualquier momento.
-No sean tan ansiosos,
no anhelen impacientes el futuro
piensen en el presente
que, a veces, ni el presente está seguro.
Y aquí termina la fábula
que encierra tal moraleja:
De tu mente sueños raros
e ilusiones aleja.
Vive con ojos despiertos
-este consejo te doy:-
No pienses en el mañana
cuenta siempre con el hoy.
Autor: Salvador Bonavía (Glosa de la fábula de Samaniego)
Enviado por Inés, educadora infantil, desde Las Palmas de Gran Canaria.