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El otro diablo
Frente a la vidriera de Cassinelli había un niño de unos seis años y una niña de siete; bien vestidos, hablaban de Dios y del pecado. Me detuve tras ellos. La niña, tal vez católica, sólo consideraba pecado mentir a Dios. El niño, quizás protestante, preguntaba empecinado qué era entonces mentir a los hombres o robar.
“También un enorme pecado -dijo la niña-, pero no el más grande; para los pecados contra los hombres tenemos la confesión. Si confieso, aparece el ángel a mis espaldas; porque si peco aparece el diablo, sólo que no se le ve”. Y la niña, cansada de tanta seriedad, se volvió y dijo en broma: “¿Ves? No hay nadie detrás de mi”. El niño se volvió a su vez y me vio. “¿Ves? -dijo sin importarle que yo lo oyera-, detrás de mí está el diablo”. “Ya lo veo -dijo la niña-, pero no me refiero a ése”.
La Muralla China, Franz Kafka.
El precursor de Cervantes
Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar doña Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de aventuras, lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había muerto de tercianas (1).
(1) Fiebres cuyos accesos se manifiestan cada tres días
Marco Denevi.
Zorro
En un bosque vivía un zorro que, antes de irse a dormir, le daba el besito de las buenas noches a toda liebre que se encontraba en su camino.
Al comienzo - faltaba más – las liebres se asustaban. Unas salían corriendo. Algunas, a penas si se movían, aterradas. Otras, llegaban hasta quedar blancas como un conejo – pobres y tristes liebres – del solo miedo.
Luego se fueron acostumbrando y, agradecidas, se alimentaban mucho mejor durante los días sucesivos.
¿Astucia de zorro? – preguntarán ustedes - ¿Estaría loco? ¿Era un zorro tonto? ¿Despreciaba a los de su especie? ¿Y, si fuera vegetariano?
De verdad – verdad - no me sé el final de esta historia, sólo su comienzo.
Tampoco me interesa. ¡Ahí la dejo!
Fablillas, Armando Quintero Laplume.
Hambre
Tenía hambre. Mucha hambre. Un hambre feroz. Cuando llegó a la cafetería pidió una empanada.
- Una empanada de carne. Gigante – solicitó - ¡Urgente! Ya veo cosas del hambre que tengo.
Apenas se la trajeron, le dio un mordisco. La empanada se abrió y de ella saltó una liebre que, rápidamente, se perdió entre las mesas.
Se conformó con los restos de masa y el olor, caliente, a carne de liebre.. Se los comía bocado a bocado.
- Menos mal que es un sitio reconocido – se dijo – Podría haber sido un gato.
Fablillas, Armando Quintero Laplume.
Hombre y niño
Llevaba años trabajando en una oficina pública, entre papeles y papeles. Tantos que, al mirarlo de frente, uno se preguntaba: ¿Aquello era la cara de un hombre?
Un día, un niño se le acercó y le dijo:
- ¿Has visto que tienes la cara de papel?
El hombre lo miró con ojos de honda tristeza y, lentamente, alzó su mano hasta su rostro. Todos oyeron crujir su cara cuando, desde su nariz, la arrugó como una pequeña pelota y la arrojó rodando hasta una papelera.
El niño tomó un lápiz, le dibujó unos ojos, una nariz y una boca con una enorme sonrisa agradecida.
Como ya era la hora de salida, ambos se separaron. Y, cada uno por su lado se fue silbando una canción bonita.
En tanto, por enésima vez, en el cine de aquel barrio se proyectaba “Tiempos Modernos” de Charles Chaplin.
Fablillas, .Armando Quintero Laplume.
Temor de lobito
El sol brillaba en un cielo despejado. Loba Abuela entró en la guarida y preguntó:
- Lobo Chiquitico, ¿has visto qué tarde? Estupenda para jugar en el bosque.
- Ya lo sé.
- Entonces, ¿qué haces ahí medio escondido?
- Medio escondido, no. Escondido. ¿Piensas que voy a salir a jugar en una tarde así? ¡Ni loco! ¡Seguro que el bosque está lleno de niños!
Un lugar en el bosque, Armando Quintero Laplume.