Cada día, cuando don Zorro se encontraba con su nueva vecina, la Cigüeña, la saludaba cortésmente.
Pasado un tiempo los dos se hicieron muy amigos.
Un día don Zorro, para celebrar su amistad, invitó a comer a la Cigüeña.
La recibió con gran entusiasmo y la hizo pasar al comedor. Tras charlar un rato se dispusieron a comer.
Pero don Zorro era muy aficionado a las bromas y se propuso gastarle una a su invitada. Preparó una exquisita sopa de marisco y la sirvió en dos platos llanos.
La pobre Cigüeña, con su largo pico no podía comer un alimento tan líquido. Tras una hora de grandes esfuerzos, desistió y se quedo sin comer. Mientras don Zorro, entre risitas, se zampaba el caldo con grandes lametones.
La Cigüeña, que no era tonta, disimulo su enojo. Y al despedirse dio las gracias a su amigo, recordándole que estaba invitado acomer a su casa.
Al día siguiente, don Zorro, con un hambre atroz, se presento a la hora de comer en casa de su vecina. Al entrar sintió un agradable olorcillo que le hizo la boca agua.
Pero el contento duro poco, porque el exquisito guiso estaba en el fondo de un jarro de largo y estrecho cuello, al que fácilmente llegaba la Cigüeña con su largo pico, pero no el corto hocico delZorro.
Claro está, don Zorro se quedo sin probar bocado. Y con el rabo entre las piernas y el estómago vacío, se despidió de la Cigüeña, mientras oía una vocecita interior que le decía: “El que la hace”, la paga”.
Enviado por Yilian Ayala González y Maide Abreu Montero desde Cuba