Bebés de poco más de un año comparten espacio en los parques infantiles, se interesan por los juguetes de otros, más novedosos e interesantes que los propios, deambulan de acá para allá curiosos y divertidos explorando todo lo nuevo.
Pero, jugar, lo que se dice jugar con sus iguales, con otros niños de su edad, rara vez.
Poco después llegan los temidos 2 años. Los niños entran en una fase de cambios, desarrollo emocional, maduración. Se trata de un periodo difícil debido a los grandes cambios que experimentan. Pero como son niños que se mueven libremente, empiezan a hablar, son más independientes, se espera de ellos poco menos que hagan vida social en el parque. Y entonces los padres empezamos a utilizar una temida palabra para ellos, “compartir”. Pero una vez más nos encontramos con peleas, desencuentros, gritos y llantos que juego en grupo. Los niños no están preparados aún para socializar.
Es cierto que podemos encontrar grupos de niños sentados jugando tranquilos y contentos. Pero si nos fijamos bien, observaremos que cada cual juega a su ritmo, con sus juguetes o los ajenos, pero sin relacionarse con otros. Simplemente comparten espacio.
A pesar de ello, los cuidadores o progenitores siguen con el empeño de compartir, dejar, prestar, lo cual lleva, en la mayoría de las ocasiones a la frustración, enfado o llanto del niño. Si esto acaba así podemos pensar que los niños a estas edades no están preparados para esta interacción social. Aunque realmente, ¿los adultos compartimos, dejamos, prestamos?.
Una pareja llega al parque, con su hijo de 2 años, el cual lleva su juguete favorito, un coche, en sus manos. De repente otro niño reclama el juguete del pequeño. No es extraño que escuchemos como los padres incitan al niño a compartir, a que se lo preste, a que se haga amiguito del otro niño. Y el pobre niño estalla en un llanto, seguro de rabia e impotencia. Pero, ¿dejaría su padre su bien más preciado a un desconocido?. Pongamos por ejemplo, su ordenador portátil. Seguro que no se lo prestaría a nadie, mucho menos a alguien a quien no conoce. Pero esperamos que los niños, con un cerebro inmaduro aún, hagan cosas que nosotros como adultos jamás haríamos.
Es entre los 3 y 4 años cuando los niños empiezan a buscar por sí mismos compañeros de juegos, cuando la socialización se hace necesaria. No hace falta que los padres hagamos nada, los niños llegarán al parque y buscarán a sus iguales, y será entonces cuando no les importe dejar su pelota, compartirla con otros niños para así jugar juntos, o intercambiar un juguete, porque sí entenderán la ventaja del trueque.
Debemos dejar que los niños maduren emocionalmente. Cada edad tiene su importancia en el desarrollo de los más pequeños. Y todo conduce a una socialización que nos caracteriza como seres humanos.