Recursos educativos - Lenguaje Secundaria - Exactitud lectora
Recursos educativos - Fichas didácticas
Lee el texto en voz alta.
Superado con no más de cuatro errores de articulación en el párrafo o texto leído. No se tendrá en cuenta el deje peculiar del habla del alumno/a.
Frankenstein
Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mi alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo.
¿Cómo expresar mi sensación ante esta catástrofe, o describir el engendro que con tanto esfuerzo e infinito trabajo había creado? Sus miembros estaban bien proporcionados y había seleccionado sus rasgos por hermosos. ¡Hermosos!: ¡santo cielo! Su piel amarillenta apenas si ocultaba el entramado de músculos y arterias; tenía el pelo negro, largo y lustroso, los dientes blanquisimos; pero todo ello no hacía más que relatar el horrible contraste con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las pálidas órbitas en las que se hundían, el rostro arrugado, y los finos y negruzcos labios.
¡Ay! ningún mortal podría soportar el horror que inspiraba aquel rostro. Ni una momia reanimada podría ser tan espantosa como aquel engendro. Lo había observado cuando aún estaba incompleto, y ya entonces era repugnante; pero cuando sus músculos y articulaciones tuvieron movimiento, se convirtió en algo que ni siquiera Dante hubiera podido concebir.
Pasé una noche terrible. A veces, el corazón me latía con tanta fuerza y rapidez que notaba las palpitaciones de cada arteria; otras, casi me caía al suelo de pura debilidad y cansancio. Junto a este horror, sentía la amargura de la desilusión. Los sueños que durante tanto tiempo habían constituido mi sustento y descanso se me convertían ahora en un infierno; ¡y el cambio era tan brusco, tan total!
Mary W. Shelley: Frankenstein. Ed. Anaya