El zar se encontraba enfermo y preocupado por los malos pronósticos que le habían dado, reunió a sus súbditos y les dijo: -Daré la mitad de mi reino a quien me cure-. Los sabios de la corte se reunieron a deliberar, pero por más vueltas que le dieron no encontraban la solución.
De repente, uno de ellos se levantó y les propuso lo siguiente: -Si encontramos a un hombre feliz, que le compren la camisa y que el zar se la ponga. Eso le curará-. Enseguida salieron de palacio emisarios en busca de ese hombre feliz, aunque no aparecía. Unos eran ricos pero estaban enfermos; otros gozaban de una salud de hierro, pero eran pobres como las ratas; también los había que, ricos y sanos, se quejaban de su mujer o de su hijo...
Una tarde que el hijo del zar había salido a cazar con unos amigos, pasó por delante de una humilde cabaña y escuchó lo siguiente: -Hoy he trabajado y he comido bien. Me puedo ir a la cama satisfecho y feliz-. Al momento, quiso conocer a ese hombre y comprarle la camisa, pero resultó ser tan pobre que ni camisa tenía. Esto nos debería hacer reflexionar que la felicidad no está en las riquezas materiales ni en desear lo que no tenemos, sino en agradecer cada día lo que la vida nos ofrece, aunque pueda parecer insignificante.