Recursos educativos - Cuentos infantiles
El Ratón de Campo y el Ratón de Ciudad
Un día el ratón de ciudad hizo una visita a su primo el ratón de campo. Este sacó las cosas que solía comer y que tenía almacenadas en su pequeña madriguera, junto al tronco de un gran árbol: granos de maíz, bellotas, espigas de trigo...
-¿Esto es lo que coméis normalmente por aquí? -preguntó el ratón ciudadano.
-Pues claro -contestó el ratón de campo, sorprendido-. Comemos lo que crece en el campo y lo que crece en el campo y lo que se encuentra en el bosque. ¿Qué otra cosa íbamos a comer?
-¡Tú no sabes lo que es vivir! - exclamó el ratón de ciudad-. Ahora mismo vienes conmigo a la ciudad y verás lo que es comer debidamente.
-¡Pero aquí no hay campos ni árboles! - exclamó el ratón de campo cuando llegaron a la ciudad-. ¿Dónde crece la comida?
-No hay campos ni árboles -contestó su primo-, pero hay hombres. Los hombres comen cosas suculentas, y dejan las sobras para nosotros... Ven conmigo y lo verás.
Y el ratón de ciudad llevó a su primo hasta una casa, a la que entraron por un pequeño orificio que había en la pared.
Al llegar la noche, el ratón de ciudad dijo a su primo:
-Hoy ha habido un gran banquete en la casa; sígueme y verás lo que es comer de verdad.
El ratón de campo siguió a su pariente, y juntos treparon a una gran mesa en la que habían dejado los restos de la cena: fruta de todas clases, quesos, trozos de pastel, embutidos...
Ante tanta maravilla, el ratón de campo no daba crédito a sus ojos, y se puso a comer aquellos manjares deliciosos.
Pero de pronto entraron en la habitación dos enormes gatos que habían olido a los ratones, y se abalanzaron sobre ellos.
Mientras huían a toda velocidad, el ratón de campo le gritó a su primo:
-Gracias por la maravillosa cena, pero prefiero comer maíz y bellotas tranquilamente junto a mi árbol que engordar aquí con todos estos manjares para servir de cena a los gatos.
Y no paró de correr hasta que estuvo de regreso en su pequeña madriguera.
Moraleja: La abundancia de comida o de otros bienes de nada vale si, para lograrla, perdemos nuestra tranquilidad o nuestra vida se llena de riesgos y preocupaciones. Cuando deseamos algo, debemos preguntarnos qué nos costará a cambio, y pensar cuidadosamente si el lograrlo realmente nos resultará tan beneficioso como aparece a primera vista. La mejor manera de no equivocarse, en este sentido, es no precipitarse.
Fábula de Esopo
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