cuento seguridad vial, aprender a usar el semáforo

Pedro estaba en la esquina muy atento mirando el semáforo para poder cruzar la calle, cuando de repente le pareció que el hombrecito rojo del semáforo le hacía un gesto.

“Me parece que comí muchas papas fritas y me cayeron mal”, pensó Pedro.

Miró otra vez, y se dio cuenta de que no tenía visiones, el hombrecito de arriba lo estaba llamando, y con el dedito diminuto le decía que se acercara.

“Debe andar mal el semáforo”, pensó Pedro, e intrigado se acercó para ver mejor. Entonces fue cuando el muñequito por fin le habló:

-Estoy muy aburrido, ¿no quieres charlar un ratito?, dijo el muñequito.

Pedro abrió los ojos grandes como dos huevos...

“¡No lo puedo creer! ¡¡Me habla!! No, ya sé -pensó-, alguien me está haciendo una broma.” Miró para todos lados pero no había nadie por allí, solo él y el hombrecito rojo del semáforo.

-Vamos, antes de que venga el verde cuéntame algo, Pedro –replicó el hombrecito rojo.

-¿Realmente me estás hablando a mí? –dijo Pedro.

-Sí. Ay, me voy, me voy, ¡chau, chau! –y titiló hasta que desapareció.

Entonces se iluminó el otro, el verde, mientras gritaba a todos los peatones: – ¡Vamos, vamos, pasen, pasen todos! ¡Vamos, rápido! ¡Hey! ¿Y tu no cruzas, Pedro? ¡Vamos, rápido que me voy! Me voy, listo, ¡chau!” –dijo el hombrecito verde, y desapareció.

Pedro no lo podía creer. Claro, nunca le había prestado tanta atención al semáforo de peatones. ¡Qué se iba a imaginar él que los muñequitos hablaban!

-¡Vamos! ¡Ahora es el momento! Vamos que los espero, crucen, crucen... Bueno... ¡Se acaba el tiempo! ¡Crucen rápido! ¡Chau, chau! ¡Me voy! –dijo el verde.

Toda la gente había cruzado ordenadamente y un señor miró a Pedro como preguntándole qué hacía que no cruzaba. Pero Pedro estaba tan entretenido con el hombrecito rojo que se quería quedar para charlar un rato más.

-¡Eh! ¿Todavía aquí? Bueno, pero ahora no puedes cruzar porque aparecí yo, charlemos de nuevo –dijo el rojo.

En ese momento, Pedro vio que venía un muchacho caminando deprisa, sin ganas de esperar el semáforo.

-¡Eyyyy! ¡Para! –gritó el muñequito rojo, pero el chico no lo escuchó y se puso a cruzar la calle.

¡No se imaginan el desparramo que se armó! Venían varios coches y, para no atropellar al muchacho, el primero frenó de golpe y los de atrás comenzaron a chocarlo ¡y se armó un lío bárbaro!

-¡Ayyy! ¡¡Viste que te dije!! –le dijo el muñequito rojo a Pedro, mientras desaparecía, para darle paso al verde.

-¡Uy! ¡Qué desastre! –dijo el verde-. ¡Por qué no esperó un poquito hasta que apareciera yo!

Pedro vio llegar las ambulancias, gente enojada, gente triste, coches rotos y el susto en la cara del muchacho que nunca se olvidaría de aquel día.

Los hombrecitos del semáforo siguieron haciendo su trabajo de aparecer, desaparecer y cuidar a las personas. Y aunque algunos todavía no les presten la atención que merecen, ellos siguen trabajando incansables para nuestra seguridad.

FIN

Gracias a Mónica de Argentina por mandarnos este cuento