Recursos educativos - Cuentos infantiles
El baile sin cabeza
Al principio de los tiempos, no era que había un diablo en el mundo.
Existían tres: el Diablo Viejo, la Diabla Vieja y el Diablito Chiquitico.
¿Te imaginas? Si el mundo está como está, con un solo diablo, ¿Cómo estaría con tres?: era una verdadera diablura.
A falta de los hombres – porque, según parece, el mundo era tan grande y salvaje que aún no habían aparecido –, las diabluras de los diablos caían sobre cada uno de los animales que por agua, tierra y aire andaban. Ni más, ni menos.
Cansados de todas las cosas que los diablos les hacían para molestarles – sin contar de las que se inventaban para jugar con ellos o, sólo, por quitarse el aburrimiento - los animales decidieron reunirse en una gran asamblea.
Convocados por los leones, que ya desde aquella época eran los reyes de la selva y de todos los lugares del mundo – conocido, o no - acudieron: elefantes, camellos, jirafas, rinocerontes, hipopótamos, renos, caribúes, osos, leones, tigres, gorilas, orangutanes, monos, nutrias, canguros, topos, ornitorrincos, mofetas, lobos, mapaches, toros y vacas, carneros y ovejas, caballos y yeguas, cabras, perros, ratas, ratones, pelícanos, gaviotas, albatros, pingüinos, cisnes, patos, gallos y gallinas, pavos, urracas, mirlos, águilas, cuervos, murciélagos, vampiros, zorros, gatos, cerdos, conejos, mariposas, moscas, mosquitos, hormigas, pulgas, piojos, chinches. Sin olvidar: ballenas, peces, cocodrilos, víboras, salamandras, lagartos y lagartijas. Ni tortugas, ni perezosos que, con mucho esfuerzo y algo atrasados, llegaron. Y, no pararíamos de contar, porque de todos, estaban: ¡todos!
Comenzada la reunión, entre rugidos, aullidos, barritos, chillidos, balidos, mugidos, cacareos, ululares y berreos, cada uno fue detallando su malestar sobre los diablos y solicitando sus castigos. En esto, estaban todos de acuerdo.
Pero, a la hora de las propuestas de cómo atrapar a los diablos, fueron tantas y tan variadas las ideas, que nadie encontraba un punto común. Y, las discusiones por los tres diablos, casi se multiplican a un infierno completo.
No se justifica, me dirás tú, pero se entiende: dando por sabido lo difícil que ha resultado poner en común acuerdo a doce caballeros, incluso con su Rey presente, alrededor de una Tabla Redonda: mucho más complicado ha de ser, si suponemos que los animales son tales y no son inteligentes - según lo afirman desde hace siglos, y nos lo hacen repetir como sabido - preceptores y religiosos.
Aquí nos hubiéramos quedado en esta historia si no fuera por un pequeño pajarito amarillo que gritaba algo pero que, entre tanto ruido, nadie oía. O, quizás, al verlo tan pequeño, los que estaban más cerca, no querían oírlo.
Con toda calma, el pajarito tomó una flor cónica y alargada, le quitó su pistilo y su estigma y, como si fuera con una trompeta, desde una piedra, gritó:
- ¡Los zamuros bailan sin cabeza!
Estupor general. Asombro absoluto. Silencio total. Cuando reaccionaron, muchos de los animales se sintieron muy molestos. Algunos decían.:
- Esta es una asamblea seria, ¿Qué se cree, Vuestra Merced?
- ¡Quiten de aquí a ese pajarito loco!
- Yo me encargo de él – gritó un gato – Con esto de la asamblea, no me desayuné bien. No me sentaría mal un bocado.
- ¿Qué gritó ese pollito? – preguntó una gallina bastante sorda y algo miope.
- ¿Quién le dijo que viniera? Es un plebeyo. ¡Fuera!, ¡con él, y quien lo invitó!
Ya estaba por recomenzar el escándalo, ahora de los diez mil diablos, cuando el león más viejo, con voz fuerte y firme, habló:
- Dejémoslo que se explique. Después decidimos si es importante, o no, lo que nos diga – y dirigiéndose al pajarito, agregó -.
Tienes la palabra. Escucho.
El pajarito amarillo sacudió sus alas, como si estuviera espolvoreándose y, con toda su calma, les contó cómo había visto a los zamuros: metidos en un claro de la selva, como alejados de todos, disfrutando de un “Gran baile. Sólo para zamuros”, al sonido de una canción, con mucho ritmo y... ¡bailando sin cabeza!
- ¡Que traigan al Rey Zamuro! – ordenó, de inmediato, el viejo Rey León.
Llegado el requerido - escoltado por cuatro enormes tigres, que lo traían tal como si fueran cuatro grandes mastines - comenzó a decirles que: el pajarito amarillo no se equivocaba, que era una de las diversiones que más disfrutaban todos los zamuros, que la habían guardado en secreto por siglos pero, que no era que bailaban sin cabeza, simplemente, la ocultaban debajo de una de sus alas y, les agregó mirando inquieto a los cuatro tigres, si ellos lo deseaban él podía, con los otros zamuros, y a total gusto, enseñarles cómo lograrlo.
- ¿Qué hay que hacer? – fue la pregunta de todos.
- Tener: un espacio donde bailar, una orquesta, una canción con buen ritmo, mucho entusiasmo al bailar y – lo más importante - aprender a ocultar la cabeza.
Buscaron un espacio despejado, amplio y llano. Elefantes, rinocerontes e hipopótamos pisaron muy fuerte por todo el lugar, para afirmar la pista de baile. Lo rodearon con una alta empalizada y le dejaron una entrada pequeña, después que entraron los animales más grandes.
Consiguieron todos los instrumentos de cuerda, viento y percusión conocidos: laúdes, violines, arpas, violas, violonchelos, liras, trompetas, flautas, tambores, panderetas y, ¡hasta se inventaron otros!
- La letra de la canción es muy fácil de recordar – les dijo el Rey
Zamuro –Solamente dice: “Sin cabeza, sin cabeza, el que tiene cabeza no baila.”
Aprendida ésta, les comentó:
- Más complicada es su música: hay que ponerle mucho entusiasmo al ritmo.
Pero, lo lograron. Mucho mejor de lo pensado – comparaban algunos de los zamuros - frunciendo sus picos con aires de “no me importa, pero me importa”.
Complicado - ha de suponerlo cualquiera - fue ocultar la cabeza de algunos animales. Casi imposible, más bien diríamos, heroico: para los sapos, elefantes, hipopótamos y cocodrilos. Y, ¡tan fácil que les resulta a tortugas, avestruces y caracoles!, pensaban los anteriores. Aunque, se lo tomaban con mucho humor.
Cuando comenzó el baile, arrancó con tanta fuerza y entusiasmo que el Diablo Viejo, que estaba descansando, lejos, a las orillas de un río, se despertó y, llamado por los sonidos, pero mucho más por la curiosidad, se fue acercando.
- ¿Qué es eso? – preguntó a un tigre y una pantera parados allí, a cada lado de la pequeña puerta de entrada.
- No lo está viendo y oyendo- le dijo, con una felina sonrisa, la pantera.
- Y, ¿puedo entrar?
- ¡Claro! – le respondieron a una sola voz el tigre y la pantera.
Cuando estaba por hacerlo, el tigre lo jaló con una uña, desde el cuello, lo trajo hacia él, casi rozando su nariz con la del diablo, y le preguntó:
- ¿No está oyendo la canción?
Aquello sonaba diciendo lo que sabemos:
- “Sin cabeza, sin cabeza, el que tiene cabeza no baila”
El Diablo Viejo se quedó dudando. Miraba y escuchaba. Se veía tanto entusiasmo, se sentía tanta euforia que, casi bailando, del contagio, preguntó:
- ¿Seguro qué no hay otra posibilidad?
- Casi no le va a doler – le dijo una hiena, con sonrisa de hiena –
Esto es muy profesional. Se lo puedo demostrar.
La hiena estaba, con un hacha en sus manos, al lado de un tocón, cerca del tigre. Para la demostración ofrecida, le quitó un pelo del bigote al tigre, lo lanzó al aire y, de un solo tajo con el hacha, hizo dos pelos.
- ¿Vio? Está bien afilada. Además, tenemos una resina por ahí – dijo la hiena con un gesto indefinido -. Cuando termine el baile, si usted desea, se la pegamos de nuevo. Eso es a gusto.
El baile seguía y seguía. El diablo dudaba y dudaba. El cuerpo se le movía y movía. Contagiado, de tanto ver y oír... hasta que no aguantó más.
- Hecho – dijo la hiena, con su risita.
Faltaban la Diabla Vieja y el Diablito Chiquitico. La canción seguía:
- “Sin cabeza, sin cabeza, el que tiene cabeza no baila”
La Diabla Vieja andaba paseando, cuando la oyó. Se acercó y acercó. Cuando estaba bien cerca, se acomodó sus cejas, sus pestañas, retocó sus labios con pintura y sus mejillas con colorete. Y, le preguntó, melosa, al tigre:
- ¿Entrada para todo público?
- Si cumple con la condición – le respondió el tigre, con mucha amabilidad.
- Vuestra Señoría dirá.
- Escuche la canción. Si Su Merced lo desea, complacidos, la ayudamos.
La Diabla Vieja miraba y escuchaba, dudaba. Dudaba, escuchaba y miraba. Una y otra vez. Una y otra vez...
Primero por los pies, luego por las piernas, a continuación por las caderas. Cuando las ganas de bailar, subieron un poco más arriba, no soportó ni la duda.
- ¡Listo! - rió la hiena complacida - ¡Otra cabecita más!
Detrás de los árboles, ocultándose por allá, apareciendo por aquí, saltando por un lado y correteando por todos, apareció Diablo
Chiquitico, jugando. Escuchó:
- “Sin cabeza, sin cabeza, el que tiene cabeza no baila.”
Preguntó y le mostraron. Se rió mucho mirando a los bailarines desde la pequeña puerta. Volvió a preguntar y, cuando le respondieron lo qué sabemos, casi en un solo grito, les dijo:
- ¿A mi cabecita? ¡Ñácate!: ¡A mi cabecita, me la dejan en su lugar!
Y, se fue corriendo.
Por eso, desde el principio de los tiempos, hay un solo diablo en el mundo. Pero, ¿cómo que se las trae?
Y, de verdad, verdad: ¡Sí, se las trae!