Febrero es un mes que puede ser tanto hermoso como difícil. En muchos lugares, todavía es el corazón del invierno, con días fríos y oscuros y noches largas. Para Ana, una joven que se mudó recientemente a una pequeña ciudad en busca de un nuevo comienzo, febrero representaba el mes más solitario del año. Pero con el tiempo, Ana descubrió una manera de encontrar la luz y la conexión en medio del frío y la oscuridad: una caja de música que había pertenecido a su abuelo, quien había fallecido en la guerra. Con la música de la caja como su guía, Ana encontró un camino hacia la amistad y la comunidad en la pequeña ciudad, descubriendo que incluso en el mes más difícil del año, había belleza y alegría que encontrar.
La caja de música de Ana
Era febrero y las calles de la pequeña ciudad estaban cubiertas de nieve. El frío penetraba los huesos y las personas se apresuraban a llegar a sus hogares para calentarse. Entre ellas, caminaba una joven llamada Ana, con la cabeza gacha y los hombros encogidos, pensando en su soledad.
Ana había llegado a la ciudad hacía unos meses, en busca de un trabajo que le permitiera vivir por su cuenta. Pero a pesar de sus esfuerzos por adaptarse, aún no había logrado hacer amigos ni encontrar a alguien con quien compartir sus días.
Fue entonces cuando se topó con una tienda de antigüedades. A través de la vitrina, vio una caja de música que capturó su atención. Decidió entrar a la tienda y al preguntarle al dueño sobre la caja de música, este le contó la historia detrás de ella.
La caja había pertenecido a una mujer que vivió en la ciudad muchos años atrás, una mujer cuyo esposo murió en la guerra. Ella tocaba la caja de música todas las noches antes de dormir, recordando los días felices que pasó con su esposo.
Ana quedó encantada con la historia y decidió comprar la caja de música. Al salir de la tienda, decidió dar un paseo por la plaza central de la ciudad, donde la gente patinaba sobre hielo en una pista improvisada.
Mientras caminaba por la plaza, notó a una niña pequeña que intentaba patinar sola. La niña se caía una y otra vez, pero siempre volvía a levantarse y a intentarlo de nuevo. Ana decidió acercarse a ella y ofrecerle su ayuda.
La niña aceptó y juntas comenzaron a patinar alrededor de la pista. La caja de música comenzó a sonar en el bolsillo de Ana y la niña se detuvo a escucharla. Ana le contó la historia detrás de la caja de música, y la niña se quedó fascinada.
Mientras patinaban juntas, Ana y la niña se rieron y charlaron, y Ana se dio cuenta de que había encontrado una amiga en la pequeña. Después de una tarde divertida, se despidieron con una promesa de volver a verse pronto.
Esa noche, Ana llegó a casa con una sonrisa en el rostro. Se sentó en su sofá y comenzó a tocar la caja de música. Mientras la melodía se elevaba en el aire, Ana cerró los ojos y recordó el día maravilloso que había tenido.
En ese momento, Ana se dio cuenta de que había encontrado un lugar al que podía llamar hogar. Una ciudad en la que la gente se ayudaba mutuamente y en la que podía hacer amigos. Y aunque seguía siendo febrero, el mes más frío y solitario del año, Ana sabía que ya no estaba sola.
Desde ese día, Ana visitó la plaza cada vez que podía, patinando con la pequeña y compartiendo la historia de la caja de música con los que querían escucharla. A medida que el invierno daba paso a la primavera, Ana se dio cuenta de que había encontrado una verdadera amistad, y que la música era la clave para conectar con los demás y calentar el corazón en los días más fríos y solitarios.
Con el tiempo, Ana comenzó a tocar la caja de música en una residencia de ancianos cercana, donde compartió la historia de la caja y su música con los residentes, muchos de los cuales también habían perdido a sus seres queridos en la guerra. Las melodías de la caja de música llenaron el salón y las caras de los ancianos se iluminaron con cada nota.
Ana se dio cuenta de que, al compartir su historia y su música, podía ayudar a otros a encontrar la conexión y la alegría que ella había encontrado en la pequeña ciudad. A medida que el invierno llegaba a su fin y la primavera se acercaba, Ana se sintió agradecida por su caja de música y por la amistad que había encontrado en la pequeña ciudad.
Febrero ya no era el mes más frío y solitario del año para Ana. Ahora, era el mes de la amistad y la música, un mes en el que podía compartir su historia y su pasión por la música con los demás. Con la caja de música en su mano y una sonrisa en su rostro, Ana caminó por las calles de la ciudad, sabiendo que había encontrado un lugar al que podía llamar hogar.
FIN.
Febrero, el mes del corazón 💖 - Poesías infantiles Meses del Año