La castañera vende castañas en Navidad - Cuentos para navidad
La ciudad se ha vestido de fiesta. Luces multicolores brillan por doquier. Los escaparates se han puesto sus mejores galas y en ellos podemos contemplar todo tipo de regalos: grandes y lujosos; sencillos y pequeñitos. Pero eso sí, todos ellos adornados con vistosos papeles y graciosas cintas de colores que atraen las miradas de cuantos aciertan a pasar por allí. Alegres villancicos resuenan en el aire. Hasta las estrellas parecen brillar con mayor intensidad para así contribuir a la belleza y esplendor de esta noche que parece mágica.
La gente va y viene cargada de paquetes. En medio de este bullicio, de cuando en cuando, se escucha una dulce aunque cansada vocecilla que dice:
- Castañas, castañas calentitas. Es una afable anciana que, arrebujada en una vieja pero pulcra toquilla, hace su reclamo, mientras se afana con la paleta para mantener calientes las pocascastañas que se agitan en la agujereada placa, que reposa sobre unas casi consumidas brasas. Hace un frío intenso. Ella insiste:
- Castañas, castañas calentitas.
Una joven se acerca y le dice:
- Pero mujer, ¿a quién se le ocurre vender castañas en Nochebuena? ¡Vaya a cenar con su familia, que hoy es noche de comer turrón, y no castañas.
Mientas la mujer se aleja, la anciana piensa: - ¡Qué bonito sería poder cenar con los hijos! Pero ellos son jóvenes y han formado sus propias familias. Si no me han dicho que vaya… será que no les viene bien. Y de nuevo repite: -Castañas, castañas calentitas. Que me queda pocas. En ese momento pasa un grupo de muchachos cerca de la anciana, y uno de ellos se le queda mirando: Ella insiste: - Joven, cómpreme unas castañas, que están calentitas. Y el muchacho, con cierta ironía, le contesta: - Pero abuela, ¿cómo quiere que le compre castañas ? ¿No ve que voy muy ocupado? Y el grupo de amigos se aleja entre risas.
Es casi media noche. La anciana sigue acurrucada en su toquilla, mientras, con un hilo de voz, insiste en su oferta. Pero ya apenas pasa gente por el lugar. Pequeños copos de nieve comienzan a caer. Entonces, la anciana decide: - Hace demasiado frío aquí. Me comeré las castañas que me quedan. Serán mi cena de Navidad. De lo contrario, no tendré fuerzas para llegar a casa. En ese instante, oye una vocecilla que, entre sollozos, dice: - Papa… mamá… ¿dónde estáis?… Tengo miedo y tengo mucho frío… La castañera mira a un lado y a otro y descubre a una niña de unos tres años de edad que, tiritando de frío, llora desconsoladamente. - ¿Qué te pasa, pequeña? ¿Te has perdido? - le pregunta con ternura. - Sí. Y quiero ir con mis papás. Tengo mucho frío y… tengo hambre también. - Yo no sé dónde están tus papás. Pero no te preocupes, seguro que ellos te están buscando. Enseguida te encontrarán -dice la anciana dulcemente. Y tomando la mano de la niña añade: - Ven, siéntate encima de mí. Yo te cubriré con mi toquilla. Toma, te pelaré estas castañas. Todavía están calientes. ¡Estás heladita de frío! - ¡Humm, qué ricas están! -dice la niña, mientras se frota los ojos y la nariz. Pronto entra en calor la pequeña y lloriqueando repite: - Quiero ir con mis papás… Tengo sueño… La anciana le responde con cariño: - Duerme tranquila. Enseguida vendrán tus papás. - No puedo dormir porque mi mamá siempre me canta una canción muy bonita para que me duerma y ella ahora no está aquí…La castañera , olvidando por completo sus necesidades, comienza a cantar una nana. La niña pronto se sumerge en un profundo y tranquilo sueño.
La nevada se va intensificando y la ciudad se cubre de una hermosa alfombra blanca que da al paisaje una serenidad inigualable… En la intimidad de los hogares, las familias celebran la Navidad. Más no todas. Unos padres angustiados, acompañados por varios agentes de la policía, buscan afanosos a su pequeña. Llevan varias horas recorriendo las calles de la ciudad. - ¡Hija, hija mía! ¿Dónde estás? -dice la madre. - Laura, cariño, contéstanos -añade el padre. De repente, un policía grita: - ¡Vengan ustedes aquí! Parece que hay una anciana con una niña en los brazos. - ¡Nos han raptado a nuestra hija! -dice encolerizado el padre. - ¡Pobre hija mía, en brazos de una desconocida! -añade la madre. - ¡Ayúdenme! -replica el policía-. ¡No puedo quitarle la niña de los brazos! El padre se acerca y, asiendo fuertemente a la pequeña, grita: - ¡Suelta a mi hija! Nada más coger a la niña, el cuerpo de la anciana cae al suelo sin vida. Estaba congelada. La madre, con la niña en brazos y llorando de emoción, exclama: - Nuestra hija está bien. No tiene frío. ¡Es un milagro! Justo en ese instante, la pequeña despierta y abrazando a su madre le dice: - ¿Me vas a cantar la canción de la castañerita? ¡Es la más bonita que he oído! Un silencio estremecedor sigue a las palabras de las niña, que sólo es roto por un dulce villancico que, no sé de qué lugar, llega a nuestros oídos.